La educación no formal es más antigua que la educación reglada, es decir, la que tiene una estructura jerárquica y altamente institucionalizada. La educación no formal sucede fuera de la escuela, es una educación que aporta valor (De La Torre, 2019). Algunos ejemplos son el teatro, proyectos relacionados con lo que antes se denominaba “conocimiento del medio”, la psicomotricidad o los ensayos previos a los festivales de Navidad, verano o fin de trimestre.
Hay educación más allá de los colegios, institutos o universidad. Existen las escuelas de verano donde los niños y adolescentes pueden acudir para no perder el ritmo que han llevado durante los meses escolares. Incluso los adultos pueden convertirse en educadores durante el período de escuela de verano, siempre y cuando tengan una experiencia mínima y de calidad en materia de, en este caso, educación en el tiempo libre (o educación no formal). Estas propuestas son alternativas “saludables” para pasar el rato, aprender, enseñar y educar en valores.
La historia de la educación no formal se remonta al desarrollo de programas alternativos para los jóvenes y los adultos que tuvieron un período escolar inexistente o deficitario, dirigido a la atención de los habitantes de las zonas marginales de la sociedad para que puedan acceder a una educación que les ayude en su crecimiento personal. Así surge la educación no formal.
Es cierto que este tipo de educación va adquiriendo un reconocimiento y mayor fama hasta evolucionar en actividades dirigidas a todo tipo de públicos con el fin de ofrecer alternativas de ocio y tiempo libre saludable que les aleje de la mala vida o de la vida que les ha tocado vivir. Así, hay que reconocer la labor que se hace en los voluntariados cuya actividad se centra en la preparación de actividades educativas mediante el juego.
A grandes rasgos, la educación no formal se caracteriza por su proceso educativo intencional, alejado de los convencionalismos escolares y por su respuesta a las necesidades básicas de aprendizaje. La flexibilidad horaria también es una característica de la educación no formal, así como el espacio en el que se desenvuelve (extraescolar, de ámbito local, las asociaciones juveniles) y el aprendizaje que se adquiere, centrado en programas con objetivos sociales, necesidades específicas, vinculados a ámbitos naturales, etc.).
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