El voluntariado de prisiones es producto de una reflexión que pretende la reinserción social de los presos a través de actividades culturales
El miedo se adueña en el recluso al ingresar en una cárcel. Surge en él la desconfianza, lo negativo, la depresión. Es desconectado de la realidad. Rechazado por la sociedad y por sí mismo. En la celda comienza una nueva vida: es la marginación en su grado máximo, el último escalón de la marginación, solo superado por la misma muerte. Necesita recuperarse y aceptarse como persona. Es cuando debe entrar en acción el voluntariado. Personas comprometidas con quienes sufren la exclusión social y la discriminación de los que se encuentran privados de libertad.
Ser voluntario es producto de una reflexión, un ejercicio de libertad; no se es voluntario porque no se sepa qué hacer, sino porque se piensa que no se están haciendo las cosas como debieran hacerse y que no se están utilizando todos los medios necesarios para solucionar el problema. Un problema que es de todos, no solo de las instituciones.
Resulta paradójico en el voluntariado de prisiones ese ejercicio de libertad precisamente en un lugar privado de ella. Tiene encomendada una difícil tarea: la reinserción social de una persona encerrada contra su voluntad. Cuando el voluntario de prisiones entra en una cárcel se encuentra con internos de características muy diferentes, cada uno con historia propia: carencias culturales, malos tratos en la infancia y violencia en el entorno familiar, carencias laborales… Su acción está condicionada por el mismo lugar en el que se realiza, pues la prisión en sí misma condiciona la tarea del voluntariado que es muy diferente a realizarla en otro medio.
Lo cierto es que la prisión ha fracasado en su objetivo de reinserción social, pues está demostrado estadísticamente que el 70% de los reclusos son reincidentes. Si esto es así, ¿qué papel desempeña el voluntariado?, ¿puede realmente cambiar la conducta de los presos?, ¿se puede educar para la libertad desde la no libertad?
A este respecto, Eduardo Bofill, psicólogo del Centro de Menores de Nazaret (Alicante), dice que hay que saber mirar “lo que el ojo no ve” (es decir, salir del mundo de uno mismo y adentrarse en el mundo del recluso), saber escuchar (no permanecer sordos a las llamadas del recluso), saber aprender (estar abierto a nuevos planteamientos) y saber ser uno mismo haciéndose accesible a los internos.
En muchos casos, los internos son víctimas de una exclusión social previa que en los centros penitenciarios no siempre se resuelve. Los voluntarios promueven actividades culturales para acercarse de tú a tú al interno, para crear espacios de reflexión, de cultura, de enriquecimiento mutuo que den al interno más confianza en sí mismo. Ese es uno de los objetivos propios de Solidarios para el Desarrollo, como sus miembros afirman, “sus actividades, aulas de cultura o talleres socioculturales relacionados con artes escénicas tienen como objetivo dar ese soplo de libertad semanal que los internos necesitan para olvidar por unas horas la dura rutina penitenciaria”.
Se trata de talleres donde se estimula la conciencia de grupo, a veces, utilizando herramientas como el ritmo, la música y la inteligencia emocional. Es el caso de La Casa y el Mundo, especializada en talleres que utilizan el arte y la cultura para el desarrollo emocional de los colectivos más desfavorecidos de la sociedad.
Ramiro McTersse es voluntario y colabora con organismos como el Ministerio del Interior y Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, “Solidarios Para El Desarrollo” y diversas empresas que desarrollan una contribución activa y voluntaria, dentro de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), destinada al mejoramiento social sin ánimo de lucro.
Dice que sus vivencias son intensas cuando comienza sus talleres “Somos Arte” en los centros penitenciarios de la mano de “Solidarios Para El Desarrollo”, y que es algo muy enriquecedor a la hora de entregarse a los demás a través del voluntariado.
Su opinión con respecto a la política penitenciaria española es muy crítica, ya que el objetivo de estar preso o recluido es la reinserción. Argumenta que hay que ir al terreno para conocer con detalle lo que pasa tras las rejas.
Sus talleres tratan de acercar la filosofía DIY (Do It Yourself, en castellano “hazlo tú mismo”) con ayuda de la creación de ritmos musicales con el cuerpo, la boca y las cuerdas vocales, “para mantener la cabeza fría y bien alta en el tránsito de tener que estar privado de libertad en un entorno tan hostil, con el fin de que el preso pueda expresarse sin ningún tipo de miedo a ser castigado posteriormente”. Trabajan además la autoconfianza, la pérdida del miedo al ridículo, entre otras cosas.
Para Ramiro McTersse es una de las cosas más bellas que le han ocurrido y es su sueldo moral, ya que para ser voluntario, es fundamental no cobrar por ello.
Los objetivos de sus talleres son disfrutar, que le recuerden, que trabajen lo aprendido y lo transmitan a otros internos y que “algún día nos encontremos fuera de allí (la cárcel) y nos fundamos en un abrazo y celebremos la ansiada libertad”.
Por su parte, Miriam Ebahel Bermejo Sáinz, licenciada en Ciencias del Trabajo con especialidad en Relaciones Humanas y Psicología Social, diplomada en Trabajo Social con experiencia durante más de diez años, dice que con el tiempo fue entendiendo que ellos realmente agradecían estos espacios y que les ayudaba el poder hablar con alguien que llegaba a entender que no les estaba juzgando, y añade, “muchas veces el cómo vivan este tiempo encarcelados puede ser la diferencia entre seguir delinquiendo o no volver a hacerlo más”.
El preso necesita recuperarse, quererse y aceptarse como persona, con todos sus valores y limitaciones y desgraciadamente, la prisión magnifica lo negativo y que la sociedad se encarga de alimentar. Por ello, el papel del voluntariado es esencial: teatro, radio y televisión penitenciaria, música… actividades, todas ellas donde el interno vuelca toda su imaginación y creatividad, lo cual le ayuda a evadirse de una realidad que le ahoga.
Ahora bien, para cumplir adecuadamente su función, el voluntariado debe estar en constante revisión y formación, de lo contrario, se corre el peligro de caer en una acción rutinaria, o como dicen los propios voluntarios, “cada día que vamos a prisión debemos plantearlo como si fuera el primero; es importante mantener a los internos motivados e ilusionados”.
En definitiva, como se ha dicho al principio, el voluntariado es producto de la reflexión, es una actitud ante la vida. Actúa no para aliviar sino para combatir. Una respuesta social imprescindible. Un compromiso individual y a la vez comunitario.
Estaremos encantados de que hagáis comentarios, porque toda sugerencia puede ser un gran aprendizaje y estamos dispuestos a seguir aprendiendo.